Por Alejandro Barbeito
Parten temprano para la cancha, les gusta llegar tranquilos, buscar un buen lugar y ver el partido de la reserva como aperitivo. El Tano y el Cervantes (le dicen así porque vive en ese cine viendo películas de vaqueros), van a todos los partidos que el equipo juega de local.
Parten temprano para la cancha, les gusta llegar tranquilos, buscar un buen lugar y ver el partido de la reserva como aperitivo. El Tano y el Cervantes (le dicen así porque vive en ese cine viendo películas de vaqueros), van a todos los partidos que el equipo juega de local.
Una vez
instalados en la grada, es una tradición comprar una bolsita de maní que se manducan
mientras comentan la previa. La cancha se va poblando de a poco y ya se
palpita la salida de los equipos y los papelitos de bienvenida.
Se saludan los capitanes y una vez definido el sorteo el árbitro decide dar un minuto de
silencio antes del pitazo inicial. La voz del estadio dice por los altavoces
que es en memoria de un ex integrante de una ex comisión
directiva del local.
Se aplaca el
murmullo de la tribuna y el Tano reflexiona en voz baja:
— Sabes
una cosa Cerva, la muerte no es mala, deberíamos reconsiderar el miedo que le
tenemos. Mirá a este loco, quien lo juna? Y sin embargo acá tenés a 5000 guasos haciéndole un homenaje que ni por puta se lo hubieran hecho en vida. Pensá un
cachito, la muerte al final redime. Hace estatuas, bautiza calles y avenidas. La
muerte te estampa en la historia. Te echa encima el manto de piedad que la
vida te hizo volar. Genera consensos que la vida niega. Deberíamos ser más
amables con ella Cerva, y quizás comenzar a sospechar un poco más de la vida o
de los vivos. Pasame los manice.
En la primera
jugada la visita llega al fondo y por una pifia del 3 la redonda se va al corner. El Cerva murmura:
— Al negro Arrieta jugando de tres no hay muerte que lo
salve la puta madre que lo parió.
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