Por Alejandro Barbeito
El domingo a las 14,30 picabamos para la cancha. Los tallarines caseros del mediodía con la complicidad del solcito de la siesta bregaban por imponer una modorra muy difícil de sobrellevar. Los domingos eran del fútbol y la siesta tenía que esperar. Si chicos, los partidos de primera solo se jugaban los domingos.
Las gradas se iban poblando a medida que se acercaba la hora del encuentro y los comentaristas especializados brotaban en cada escalón.
Mandarinas yyyaachooos! gritaba el gordo Cacho mientras subía a duras penas la tribuna (disculpen de nuevo la añoranza chicos, pero antes las mandarinas tenían gusto a mandarina y no se parecían en nada al telgopor cítrico que nos venden hoy).
Había que llegar un rato antes del comienzo del partido principal para ver a la reserva, semillero de futuros cracks de un fútbol que creíamos lo más grande. La liga cordobesa de los setenta era la Champions League de los cordobeses. ¡Había que ir a jugar con Argentino Peñarol en Argüello… y traer un empate!.
En ese entonces, en la tribuna, creíamos que el fútbol de Córdoba estaba a la altura de los “grandes de Buenos Aires”, pero que los porteños, mediante un complot anti-interior no nos daban la oportunidad para demostrarlo. Y teníamos jugadores para soñarlo así: Ardiles, Ludueña, el “Daniel” Willington, Kempes, Saldaño, Reinaldi, la mamadera Anelli, Alderete, Cos, la araña Amuchástegui y un montonazo más. Estuvimos ahí de la consagración con Talleres y Racing jugando sendas finales del Nacional. Jugadores que salían de nuestras “canteras” como se dice ahora terminaban triunfando en el fútbol grande. Buscadores de talentos de nuestros clubes deambulaban por el interior provincial y traían pibes que después se consagraban en la capital. Hoy las rutas ya no pasan por Córdoba, van directo a Buenos Aires o a Ezeiza.
Esas finales jugadas por Talleres y Racing en el campeonato Nacional fueron la parte más alta de la curva. Hasta ahí llegamos. Nuestra envalentonada prédica de “esperá que los agarremos nosotros a los porteños” quedó en la grada, debajo de esa bandera donde los chicos hoy se fuman un porro. La realidad nos muestra en la actualidad que el fútbol de Córdoba da batalla a duras penas en las categorías del ascenso…cada vez más abajo, y si por una de esas llega a ascender a primera, baja en el siguiente campeonato como parada obligada.
Mirando desde aquella popular donde crujían las cáscaras de maní me surgen algunos interrogantes, ¿hasta acá llega nuestro fútbol, este es nuestro techo? ¿No tenemos la capacidad para dirigir a nuestros clubes? ¿Al negociado del fútbol no le interesa Córdoba? No tengo respuestas para eso, pero todavía me produce placer ir a la cancha después de los tallarines y comer los manices mientras mi equipo apenas puede pasar la mitad de cancha.
En la radio Brizuela se fastidia…¡qué pobreza!.
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