Tuve la suerte de estar
presente en el The Wall Live que trajo al ex Pink Floyd Roger Waters
por tercera vez a la Argentina. Fue una puesta en escena de gran impacto para
quienes estuvimos allí. Un espectáculo increíble, para toda la familia, todas
las edades y gustos musicales, hayan escuchado alguna vez a Pink Floyd o no.
Para la dama y el caballero como dice el vendedor. Cada proyección en la tapia
de más de 120 metros de ancho llenó los ojos de los 400.000 asistentes a las 9
presentaciones mientras el grito cuadrafónico se clavaba en el alma. Este es el
montaje que imaginó Waters cuando parió la idea del álbum y que recién hoy se da
el gusto de pasear por el mundo 30 años después. Una ópera rock itinerante que
despliega tecnología y calidad por todos lados.
Sin embargo al salir del
estadio y por unos días me quedé con la impresión de no poder valorar con
palabras la experiencia personal de lo visto y oído. Siento que el vértigo
actual adormece mi capacidad de asombro. Necesito de algún estímulo que me
devuelva la facultad de cautivar los sentidos. Pongo el disco The Wall y
disfruto en soledad. Me voy imaginando que el muro que se levanta entre la banda
y el público a medida que transcurre el show comenzó a construirse en los años
sesenta. Que los proyectistas fueron niños de las post guerra que una vez
creciditos decidieron tomar las riendas y volverse protagonistas de la historia
para cambiar el mundo. Que en ese despertar brotaba color de lo gris. Que de
allí en más fueron ladrillos tras ladrillos que revolucionaron al planeta,
influenciando la marca cultural global con rasgos psicodélicos. Que como
consecuencia de esa siembra germinó la idea de un álbum conceptual inspirado en
las angustias existenciales de Waters y los recuerdos de locura del otro
fundador de PF, Syd Barret.
Entonces comienzo a
encontrar las palabras para valorar la dimensión de lo visto: estuve
presenciando el final de obra de una
construcción generacional que me marcó definitivamente y advierto que no fue
simplemente otro ladrillo en la pared.
Al final del espectáculo se
derrumba el muro y los músicos se van tocando entre los escombros Outside The Wall, una tranquila melodía
con reminiscencias de Wagner. Exquisito desenlace para una gran puesta en
escena.

No hay comentarios:
Publicar un comentario